jueves, 27 de mayo de 2010

Arreglandome a la anciana

Una serie de constantes placeres terminaban por generar en mi una cortesía, poco usual, que alguna vez alguien sintió que debería tener.
Aquella vieja señora, luminosa, parada frente a focos totalmente blancuzcos y tiritantes, se acercaba a mi y, lejos de sufrir, me abrumaba con su intenso aroma a te frío. Perfilaban sus pestañas a sangrientas hazañas pesadas y difusas de su vida. Sentí un vibrar en mis tobillos como un nerviosismo fácil de sentir en una butaca antes del comienzo de una película en el cine. Dejé caer mi paraguas y lo único que escuché fue el sonido de mis llaves que golpeaban por el viento. Un sentimiento insípido y brusco se alojó en mi espalda y dandome cuenta de mis dotes intelectuales salude a la anciana con un caramelo en mi mano derecha.- Uno de miel.-
-"Tu espíritu no es mas que lo que llevas en tus bolsillos" me dijo.
Plaf!! Se había caído mi billetera por el agujero nunca cocido (no poseo ese don todavía) de mi pantalón azul a rayas. Me alcanzo la billetera y le agradecí con una sonrisa extremadamente pequeña para que no notara mi verdadero deseo de escapar de allí. Comenzo a sentirse el ruido de las hojas impulsadas por una violencia feroz del viento. Una de ellas se posó en mi pierna izquierda y el esfuerzo que hacia para quitarmela era inútil. La vieja, con aún olor a te, rozó su mano por mi pantalón y la despejó lentamente. A esa altura mis rodillas crujían del miedo que tenia. Carcelero me sentí y me quedé. El reflejo de la anciana se iba evaporando en el azul negruzco de la noche dejandome solo la ilusión de sentirme un extraviado.-

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